Origen de los vampiros
El registro más antiguo que documenta la existencia de los vampiros es un vaso con el dibujo de un hombre luchando contra una extraña criatura que intenta succionar su sangre.
Más tarde, los mitos babilónicos incorporaron una extraña deidad que se alimentaba bebiendo la sangre de los niños: su nombre es Lilitu o "Lilith".
De acuerdo con los textos hebreos, Lilith fue la primera mujer de Adán, a diferencia de lo manifestado en el Antiguo Testamento bíblico. Debido a su torpeza, abandonó a su marido y se transformó en la Reina de los Demonios y de los espíritus malvados.
De acuerdo con la mitología azteca, la ofrenda de sangre de jóvenes víctimas a los dioses garantizaba la fertilidad de la Tierra. Pero, aunque éste sea otro antecedente, las clásicas historias de vampiros se originaron en la cuna de la civilización europea... Los antiguos griegos comenzaron su gesta.
Existen numerosos dioses bebedores de sangre en la mitología griega y romana, conocidos como Lamiae, Empusae y Striges. Sus nombres fueron históricamente vinculados con el de brujas, demonios y vampiros. Pero estos vampiros, aunque bebían sangre humana, eran sólo deidades y no “muertos vivos”. Se trataba de divinidades capaces de adquirir apariencia humana para poder seducir a sus víctimas.
Con el paso del tiempo y el aumento de popularidad del Cristianismo, el valor simbólico de la sangre se incrementó. La comunión del Espíritu Santo, que incluye beber el vino –símbolo de la sangre de Cristo– y comer el pan –alegoría de su cuerpo– hizo cobrar incomparable relevancia a este fluido vital. Además, durante el siglo XI las brujas y los médicos prescribían sangre de vírgenes para curar enfermedades.
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